martes, 29 de noviembre de 2016

A ISIS le conviene Donald Trump


Por Héctor Héreter
16 de marzo de 2016

No es el Ku Kux Klan; los evangelistas fundamentalistas o aquellos que quieren expulsar a los emigrantes mexicanos de Estados Unidos quienes más se beneficiarían de ver a Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos, es no otro que el combatiente Estado Islámico de Iraq y Siria conocido mundialmente por sus siglas de ISIS.
Para muchos parecerá una idea totalmente ilógica de que el mayor enemigo en el Medio Oriente quiera que los estadounidenses elijan a aquel que ha prometido “borrar de la faz de la tierra a todos los miembros de ISIS”.
Pero dentro de nuestra mentalidad occidental es muy difícil de interpretar cuáles son las metas que persiguen aquellos que proponen la creación de un califato desde Irán, extendiéndose por el norte de África hasta reconquistar España.
En diciembre de 2014, el propio comandante de las fuerzas especiales norteamericanas desplegadas en el Medio Oriente, general Michael K. Nagata en una entrevista al The York Times fue muy elocuente al decir que “todavía no entendemos el ideario de ISIS y posiblemente nunca lo logremos”.
Este grupo, que se distingue por su sanguinaria brutalidad más allá de cualquier parámetro aceptable de nuestra cultura greco-romana-cristiana, ve en Trump su mejor archirrival con su propuesta de mandar miles de soldados a pelear en contra de ISIS. Precisamente eso es lo que ellos quieren: traer a Estados Unidos a su propio terreno de batalla y así unir todas las facciones árabes que pululan en el Medio Oriente. Entonces, si Trump logra subir como Zeus al Olimpo del poder en Washington, ISIS tiene la oportunidad de convertirse en la Némesis que todos los musulmanes esperan para lograr su “venganza” contra occidente.
ISIS: MADE IN THE USA
En uno de los muchos debates que se han dado en televisión sobre la amenaza de ISIS, un comentarista describió al Medio Oriente como la “región más esquizofrénica del planeta”. Aunque todos profesan las prédicas de Mahoma, existen cientos, sino miles, de grupos con una interpretación propia de cómo debe imponerse el Islam en el mundo. Al-Qaeda, Hezbolahh, Hammas, Talibán, Lashkar-Toiba, Boko Haram son algunos de los más conocidos, pero la región está tan dividida que algunos no pasan de ser meras tribus de aldea pero no menos letales.
Esto lo sabe muy bien el líder máximo de ISIS, Abu Bakr al-Baghdadi , que para unir a todos la mejor manera es buscarse un enemigo común a quien todos odien. Puede que estas organizaciones se maten entre sí para lograr el poder, pero cuando un “infiel” pone pie en sus tierras todos responden al unísono.
Baghdadi, quien estuvo preso por casi un año en el campamento de prisioneros en Bucca, Iraq, regido por las fueras militares norteamericanos, convirtió su cautiverio en una verdadera universidad. No perdió su tiempo jugando fútbol o ajedrez, se transformó en una verdadera esponja de conocimientos absorbiendo todo lo que sus compañeros de presidio y de sus propios carceleros pudieran brindar. Ahí conoció a muchos oficiales del desmembrado ejército de Sadamm Hussein de quienes aprendió tácticas militares. Ya que los estadounidenses lo consideraban su “prisionero más confiable” aprendió sobre la forma de pensar estadounidense y hasta sus captores le enseñaron hablar inglés, con la esperanza de que algún día fuera un aliado más en la zona. De nuevo vemos la ingenuidad del Cowboy norteamericano.
Por ello será que el presidente Barack Obama muestra resistencia de poner tropas en el Medio Oriente para combatir a ISIS, sobre todo luego de gastar $30 millones en adiestrar soldados iraquíes que al primer enfrentamiento a mediados de 2014 con los terroristas salieron corriendo con el rabo entre las piernas sin siquiera disparar una bala en Mosul, segunda ciudad más grande de Iraq.
Baghdadi sabe bien el temor que produce en los norteamericanos la simple referencia de ISIS
y cómo Trump logró capitalizar este miedo para mostrarse como el único defensor de “The American Way of Life”. Mientras que a nosotros la mera mención de la palabra Holocausto nos genera piel de gallina, por el contrario los fundamentalistas árabes consideran el Apocalipsis como la promesa de que al fin la ley de Mahoma se impondrá en el resto del mundo; no les importa morir en el proceso.
¿Sabrá Trump que su violenta retórica xenofóbica y bélica nos acerca más al fin de los tiempos? Esta pregunta ya deja de ser importante para que la responda el personaje; lo importante es conocer si sus seguidores lo saben.

La irresestible seducción del carismático


Por Héctor J. Héreter
San Juan, P.R. 20 de octubre de 2016

Esa habilidad para generar entusiasmo, atraer, convencer, llamar la atención e inspirar confianza, es un don especial que atrapa a los magnetizados en una telaraña virtual de la que se hace difícil escapar porque entre otros factores, engendra dependencia y complicidad.
Los griegos decían que el carisma era un regalo divino, en consecuencia si procede de los dioses, es ajeno a los conceptos sobre el bien y el mal de los simple mortales. A esos individuos carismáticos les puede rodear un aura de santidad o heroísmo. Sus actos difieren de los de las mayorías.Son rebeldes y tienen una infinita confianza en sus capacidades. Otros componentes posibles de estas personalidades son:una sonrisa perpetua que muta a rigidez y furia celestial, cuando lo que propone está en peligro o es atacado. Un lenguaje halagador fácil, sencillo.
Rápida confraternización con el interlocutor o el público. Capacidad de trasmitir su certeza a la multitud a la que se dirige, como si fuera a un individuo en particular. El líder carismático gana adeptos por el respeto y la confianza que infunde. Vende a futuro, promete paraísos que el ávido comprador negaba minutos antes fuera posible su existencia.
Sin embargo en no pocos casos los lideres carismáticos han sido crueles, manipuladores, malignos, y con una capacidad de destrucción de carácter excepcional. Sus seguidores se transforman en las herramientas de sus propósitos.
La condición mesiánica de este tipo de líder suele desarrollar toda su potencialidad en una sociedad en crisis. Una comunidad nacional o local en problemas, es un caldo de cultivo ideal, porque vigoriza la figura del Guía, lo que le permite desarrollar hasta en los más pequeños detalles sus propuestas. El carisma es intangible y difícil de definir. La apariencia física, la voz, el talento para la comunicación y una inteligencia notable, son entre otros, factores que pueden hacer mas intensa y extensa la capacidad de persuasión del elegido, pero aunque algunas de estas cualidades falten, el individuo sigue siendo una personalidad notable que no pasa inadvertida para quienes le rodean.
El líder carismático tiene una autoridad muy difícil de cuestionar. Sus decisiones son respaldadas voluntariamente por sus partidarios y cuando deciden extender su influencia hasta aquellos que son inmunes a su magnetismo y recurre a la violencia, le es fácil encontrar fieles dispuesto a llevar la nueva verdad hasta el último cobijo.
La confianza que inspiran y las esperanzas que siembran, atraen labriegos morales que sin cargos de conciencia, aplican la guadaña para eliminar la hierba corruptora. El Profesor Richard Wiseman dice que una persona carismática tiene tres atributos:
  • Siente emociones de forma muy intensa, .
  • Las induce en otras personas .
  • Es ajena a la influencia de otras personas carismáticas.
Por otra parte Max Weber considera que estos líderes tienen la habilidad de trasmitir ideas complejas de forma sencilla, se comunican usando símbolos, analogías, metáforas e historias.
Desde hace mucho tiempo escuchamos decir que a determinado dirigente le falta carisma para convencer, como si esa condición de excepción fuera suficiente para que un elector consciente le conceda su confianza. El carisma como dice Weber, no es garantía de que la misión proyectada sea la correcta, ética y exitosa, por lo que aquellos que tienen el derecho a elegir a sus representantes, sin rechazar el liderazgo carismático, deben ser más juicioso y no dejarse encantar por modernas sirenas.
Los medios de comunicación han sido un factor determinante en promover individuos carismáticos. En el pasado las condiciones de excepción de estas personalidades quedaban circunscritas a espacios limitados, pero en la actualidad son globalizadas y su imagen y discursos, satisfacen las expectativas de los que demandan reivindicaciones hasta en lugares que en el pasado reciente no era posible. No hay vacunas contra el carisma, si exceptuamos la plena conciencia de que se poseen derechos naturales que no pueden ser transferidos ni asumidos por otros. La experiencia es un antídoto, haber padecido o convivido en un “paraíso”, puede estimular anticuerpos contra un nuevo hechizo.
Pero es evidente que hay: quienes nacen inoculados y quienes tienen disposición a ser contaminados. Son seducidos, atraídos, convencidos y esclavizados por un Mesías redentor, cuyas promesas pueden no ser de este mundo, pero que los partidarios asumen como una realidad incontrastable y pueden hasta matar por ellas. Muchos opinan que el Flautista de Hamelin era un intérprete de gran carisma, que su persona podía pasar inadvertida, pero su flauta tenía la capacidad de conducir hasta la propia muerte a los ratones de aquel modesto poblado alemán, lo que obliga a pensar que algunas personas tienen oídos de ratones y marchan hacia los precipicios sin percatarse del desastre.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Una telenovela que deja profundas cicatrices


Por Héctor J. Héreter
San Juan, P.R. 25/11/16

Una de las frases más conocidas del gran mariscal alemán Otto von Bismark, quien en el siglo XIX rediseñó el mapa político de Europa era “Nunca se miente tanto como ante de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería”.
Por nuestra parte podemos decir que la mentira es repontenciada a su máxima expresión en una campaña a la presidencia regida por el populismo y demagogia en ambos lados de la contienda electoral.
El pasado 8 de noviembre se convertirá en un hito en la novela mundial de la democracia, y al igual que los grandes “culebrones” de la televisión, desde la historia de Albertico Limonta en el “Derecho de Nacer” hasta “María la del barrio”; comienzan con la mentira y toda su narrativa se afinca  en la mentira para cubrir la mentira inicial.
Luego de que los ciudadanos estadounidenses emitieran su voto hace tres semanas comienza la fase de la reflexión y el descubrimiento de las grandes mentiras de parte y parte de los candidatos a ocupar la Casa Blanca durante los próximos 4 años. Atrás quedan las pasiones, atrás quedan las decisiones viscerales de odio hacia el que piensa distinto pero las cicatrices quedan marcadas por mucho tiempo.
Tanto es así que se acuñan nuevos términos para describir la actual realidad. El muy  conservador y exigente diccionario de Oxford para admitir un nueva palabra, agregó esta nueva: Posverdad (Post-Truth);  relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales.
Esta es la palabra del año para el Diccionario Oxford, que ha constatado un incremento en su uso “en el contexto del referéndum británico sobre la Unión Europea y las elecciones presidenciales en Estados Unidos”, hasta convertirse en un término habitual en los análisis políticos.
Según Oxford, el término se usó por primera vez en un artículo de Steve Tesich publicado en 1992 en la revista The Nation, en el que hablaba de la primera Guerra del Golfo. Tesich lamentaba que “nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad”, es decir, un mundo en el que la verdad ya no es importante ni relevante.
 El propio Winston Churchill al finalizar la Segunda Guerra Mundial dijo que “lo primero que muere en la guerra es la verdad” y durante los 8 meses previos a la elección presidencial vivimos una verdadera guerra de insultos y amenazas de parte y parte, al punto que Trump se atrevió decirle en pleno debate a su contrincante “te voy a meter presa”, algo nunca antes visto en la historia política de Estados Unidos.
Una vez finalizada la contienda electoral y con la selección como presidente de un demagogo a todo dar a la presidencia de Estados Unidos nos preguntamos si se cerrarán las cicatrices de esta virulenta telenovela.  Por las primeras señales que salen desde la Torre Trump en Nueva York nos damos cuenta que el nuevo mandatario en vez de sanarlas quiere continuar con su “reality show” de posverdades y para ello ya escogió a sus principales enemigos que se empeñan en decir la verdad: los medios de comunicación independientes como The New York Times y The Washington Post.
Entonces la definición del Diccionario de Oxford gana preeminencia: “los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Mi nombre es Odio y mi apellido es Miedo


Por Héctor Héreter
San Juan, P.R. 23/11/16

“Aquí conocerán a grandes líderes mundiales y a otros líderes que quieren controlar el mundo” dijo una vez la afamada periodista Cristiane Amanpour de CNN-International, una manera bastante resumida de señalar los peligros que enfrentan actualmente la democracia y libertad de expresión, sobre todo con el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos
Aunque al final de la Segunda Guerra Mundial la humanidad se hizo la promesa de que no volvería a suceder otro episodio donde un hombre carismático como Adolfo Hitler retornase para controlar el mundo a través del miedo, desafortunadamente, vemos como un creciente número de líderes se basan en este sentimiento primitivo del hombre para controlar las masas a través de los modernos medios de comunicación como la televisión.
La verdad, y la razón como modo de llegar a ella, son dos elementos fundamentales para la salud del una democracia. Sin embargo, la política contemporánea parece seguir un camino prácticamente opuesto. Nos hallamos ante un auténtico ataque contra la razón, liderado por un grupo de demagogos a nivel mundial apoyados por un séquito de manipuladores de medios de comunicación, los cuales eliminan toda capacidad de debate democrático, estimulando los sentimientos primitivos como el miedo.
El miedo como mecanismo de defensa fue necesario hace millones de años cuando era cuestión de segundos decidir si correr o enfrentar la bestia que nos veía con ojos de “tú serás mi próximo almuerzo”.
La razón, por el contrario, se ubica en zonas del cerebro que han evolucionado más recientemente; y depende de procesos más sutiles que nos conceden la capacidad de discernir la aparición de amenazas antes de que se materialicen, y de distinguir entre amenazas reales e ilusorias, tal como lo expuso el neurocientífico de la Universidad de Nueva York, Joseph LeDoux, autor de El Cerebro Emocional
La ironía radica, dice LeDoux, que a la vez que desarrollamos una capacidad analítica a través de la razón, la misma nos produce una ansiedad ante miedos anticipados por eventos que puedan producirse en el futuro, o sea, temores creados por nuestra mente ante amenazas inexistentes. Entonces el miedo evoluciona a un nivel más elevado al convertirse en en un elemento aún más irracional como lo es la PARANOIA.
Este miedo mítico fue utilizado a la saciedad por Trump en su campaña donde el miedo junto al odio de sus seguidores lo llevaron hasta el #1600  de la avenida Pennsylvania de Washington D.C.
¿Acaso estaremos entrando en una segunda Edad Media donde unos pocos controlaban el mercado de las ideas para imponer sus deseos basando sus estrategias en la explotación de sentimientos primitivos?
La revolución de la imprenta, iniciada por Johannes Gutenberg en 1450, acabó con el monopolio de la estancada información medieval, y desembocó en una explosión de conocimiento que fue entregada a las masas que, hasta aquel momento, no habían recibido otro conocimiento que el transmitido desde arriba por alguna jerarquía del poder, ya fuera religioso o secular. Previo a la imprenta los de abajo recibían con pasividad los mensajes emanados de la cúpula de poder.
Los pensadores de la Ilustración que encabezaron los grandes cambios de la época como la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y las gestas independentistas en América Latina, pusieron énfasis especial en asegurar que la opinión pública estuviera bien informada, y se preocuparon sobremanera de proteger la franqueza del mercado de ideas a través de la libertad de expresión.
Rousseau, Washington, Jefferson y Bolívar sabían que en las circunstancias idóneas, el miedo entre las masas puede desencadenar la tentación de entregar la libertad a cualquier demagogo que prometa a cambio fuerza y seguridad. Con razón Bolívar  dijo: “prefiero una a libertad peligroso a una esclavitud tranquila”.
Si el líder explota los temores del pueblo para encaminarlo en direcciones insensatas, el propio miedo puede convertirse en una fuerza desencadenada que se retro alimenta, que consume la voluntad de la nación y debilita el carácter nacional, además de desviar la atención de las auténticas amenazas y sembrar la confusión acerca de las verdaderas decisiones que toda nación ha de tomar de manera constante sobre su futuro, resumido en una sola palabra PARANOIA.
Por tanto los líderes que quieren “controlar el mundo”, su primera acción estratégica es arremeter contra los medios de comunicación independientes. Eliminar aquellos medios que no se doblegan ante el líder o incrementar el poder sobre ellos a través de amenazas e intimidación. Al fin el Estado (mejor dicho Él, el líder, como dijo Luis XIV, le etat-c’est-moi) pasa a ser de guardián de la libertad de expresión a fiscalizador del mensaje, retrocediendo de nuevo al esquema medieval del flujo de la información.
Así lo reseña el diario El País de España en un artículo titulado "Trump recrudece la guerra contra los medios ya como presidente electo".
(http://internacional.elpais.com/internacional/2016/11/22/estados_unidos/1479842581_402600.html)
Entre estos manipuladores podemos contar a Fidel Castro de Cuba; Robert Mugabe de Zimbabwe; Kim Jong II de Corea del Norte, el fallecido Suparmurat Niyazov de Turkmenistán; Omara Al-Bashir de Sudán, Alexander Luksenko de Bielorrusia y el más reciente de todos, Hugo Chávez Frías. Todos ellos comparten un rasgo común: no admiten críticas.
La sociedad se divide, según el líder, en dos bandos bien definidos: los que están con él y los traidores. Por supuesto ambos bandos viven bajo el manto del miedo. Los primeros temen no seguir recibiendo las bendiciones del líder y los segundos de ser eliminados social o físicamente.
El filósofo romano Lucio Lactancio escribió: “Donde el miedo está presente, la sabiduría no puede existir”.
El analista político Carlos Maza de la organización Media Matters for America publicó el pasado18 de noviembre un muy ilustrativo video de cómo Trump logró manipular los hilos del miedo para llegar a la Casa Blanca.

viernes, 11 de noviembre de 2016

El gran miedo al cambio


Por Héctor Héreter
11 de noviembre de 2016

¿Cómo es posible desde que el último presidente conservador (G.W.Bush) hasta nuestros días se dé marcha atrás con la elección de otro líder aún más conservador (Trump) que dé al traste todos los avances de derechos humanos obtenidos en los últimos 2 cuatrenios?
¿Cómo es posible que la comunidad negra no haya votado en masa por la candidata más viable para defender los derechos adquiridos durante los 8 años de la administración de Barack Obama?
¿Cómo es posible que un 30%  la comunidad latina (hispana) en Estados Unidos también votó a favor de Trump sacando de carrera a la candidata más empática con ellos y sus deseos de inclusión en esta nación norteamericana?
La respuesta la podemos resumir en tres palabras: MIEDO AL CAMBIO.
Posiblemente todos los avances sociales logrados por Obama llegaron demasiado rápido lo cual no permitió que muchos de la raza blanca conocidos como WASPs  (White Anglo Saxon Protestant – Anglo Sajón Blanco Protestante) asimilaran tales cambios y rechazarlo de manera contundente en las urnas electorales; aún cuando rechazaran su comportamiento misógino, racista y xenófogo, pero prometía volver a los viejos parámetros que hicieron de Estados Unidos una gran potencia mundial, por algo su lema “Let’s make America Great Again”.
Ese “again” (“de nuevo”) es muy significativo porque en vez de ser un avance es un retroceso a las viejas formas de gobernanza que seduce a las  masas más resistentes al cambio.
La historia tiene grandes ejemplos de ese miedo al cambio.  Cuando surge la Reforma de Martín Lutero en Alemania en 1517, la iglesia Católica de Roma tardó 28 años hasta 1545 para iniciar su  Contrarreforma que no era otra cosa que un regreso a la Edad Media. Si hacemos una comparación bis-a-bis con lo recién sucedido esta semana con la elección de Donald Trump, veremos muchos puntos de coincidencia.

· Una jerarquía efectiva de supervisión para garantizar que el clero y los laicos observaran las nuevas normas de disciplina y ortodoxia que se esperaba de ellos. Trump propone un gobierno más robusto que le permita aplicar leyes en contra de las minorías.
·  El fortalecimiento de la figura del Papa. Con Trump se fortalece la figura del Presidente.
·  El control de las pasiones de los individuos. Trump promete un control más estricto contra aquellos que desobedecen la Ley.
·  El impulso a la formación de más cofradías y hermandades. Trump logra el apoyo de grupos que defienden el viejo status quo como es el Ku Klux Kan (KKK) y Neonazis.
·  El castigo a los miembros de la Iglesia que abusaran de los bienes económicos de los fieles. Por algo Trump insistió tanto en recalcar el caso de los correos electrónicos de Hillary Clinton como un ejemplo de corrupción y desorden administrativo
·  Estas medidas, junto con la Inquisición y las guerras de religión, pretendían detener el avance del Protestantismo e infundir un nuevo entusiasmo y confianza a los católicos. Trump promete detener el avance de nuevas estructuras sociales (LGTB, abortos, Dreamers, etc.) y devolverle la confianza a los anglosajones de que su país retoma y vuelve al “camino correcto”.

Pero la pregunta que surge de manera obligada: ¿Sirvió de algo la Contrarreforma, logró las metas propuestas? La respuesta es un rotundo NO.
En vez de detener el cambio lo incentivó con transformaciones sociales tan contundentes como la guerra de Independencia de Estados Unidos; la revolución francesa de 1789 y las gestas independentistas a lo largo y ancho de América Latina.
A veces la historia parece avanzar en forma de bucles que generan retrocesos en el cambio, pero lo único que no cambia es el cambio en sí mismo.  Es la ley del universo que estemos en un cambio continuo y por más que un xenófogo, misógino, racista blanco de cabellera rubia intente detenerlo el cambio no cederá en su avance; al contrario lo hará más fuerte.


"Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia."  Honoré de Balzac 


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Tratando de entender la psique gringa tras la victoria de Trump

Gráfica del artista estadounidense Taylor Johns
Por Héctor Héreter
9 de noviembre de 2016

Los argentinos y peruanos rechazan la amplia presencia de bolivianos en sus países.
Los colombianos objetan la entrada de ecuatorianos a su territorio y se burlan de ellos por considerarlos brutos.
Los uruguayos le tienen fobia a sus vecinos argentinos aunque exista poca diferencia entre ambos.
Los mexicanos se quejan del maltrato que reciben en su vecino del norte pero secuestran y hasta asesinan a los centroamericanos que intentan cruzar el  país rumbo hacia el sueño americano.
Incluso en la Antilla menor de Puerto Rico ven con recelo la creciente presencia de emigrantes provenientes de la vecina República Dominicana.
Pues entonces no debe sorprendernos la victoria de Donald Trump al convertirse en el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos quien basó gran parte de su campaña en la xenofobia hacia cualquiera que procediera de los vecinos del Sur.
Aunque nosotros nos enorgullece decir que somos cubanos, venezolanos, colombianos o argentinos, para el estadounidense somos todos de la misma estirpe; una ola invasora que cada día crece como plaga sin freno en las entrañas del gran imperio del Norte.
No solo hablamos otro idioma,  también nuestra idiosincrasia es muy diferente y no cambia por el simple hecho que nos mudemos de lugar. A veces somos tan afincados en nuestras creencias que queremos cambiar el sitio que nos acoge pero cambiar nosotros no queremos.
Durante mis 20 años de residencia en Estados Unidos (Florida, Nueva York y Dallas, Texas) en varias ocasiones observé la actitud y comportamiento de muchos latinos que me asombraban y hasta me producían vergüenza ajena.
Nunca olvidaré el momento bochornoso de un grupo de emigrantes latinos en Dallas que piropeaban de manera grosera a una hermosa muchacha rubia de claro aspecto anglosajón, mientras  caminaba a toda prisa frente a la construcción donde ellos laboraban.
Me les acerqué para recomendarles que no volvieran hacer eso ya que las mujeres norteamericanas rechazan esa clase de acoso verbal.
La respuesta de uno de ellos me dejó perplejo: “pues que se vayan acostumbrando porque ahora SI HAY MACHOS, no como estos pinches gringos”.
Es más, en Miami muchos latinos viven por varias décadas en la Capital del Sol sin hablar una sola palabra de inglés y hasta se sienten ofendidos si se les recomienda que aprendan el idioma.
Quieren vivir en Estados Unidos pero no quieren adaptarse a la forma de vivir en Estados Unidos. ¿Entonces?
También recuerdo cuando a finales de 1989 llegaron a Miami en menos de tres días más de 30 mil refugiados nicaragüenses creando una gran crisis en la ciudad por falta de albergue para todos ellos.  Fue uno de los meses más fríos en el sur de la Florida con temperaturas tan bajas como 40° F (4° C) y el entonces administrador del condado de Dade, César Odio, decidió habilitar el estadio Bobby Maduro, noroeste de Miami, para albergar  a los recién llegados.
Entrevisté a un plomero oriundo de Matagalpa (a 100 Kms.de Managua) que se vanagloriaba de tener 15 hijos de cuatro diferentes mujeres.  Le pregunté si sabía que ese comportamiento era rechazado en Estados Unidos al punto que podría ser demandado y hasta ir preso.
Su respuesta fue de asombro: “¿Y aquí las mujeres pueden mandar preso a los hombres?”
Valga la aclaración. No con lo que recién escribo trato de justificar la actitud de Trump y sus seguidores, tan solo trato de entender la mentalidad de este coloso del Norte y cómo nosotros los hispanos, latinos, sudamericanos o como quieran llamarlos, encajamos en esta mentalidad que le gusta celebrar “Thank Giving” con un gran pavo en la mesa, mientras que nosotros preferimos un lechón.
En conclusión robo la muy conocida frase del  prócer cubano José Martí: “viví en el monstruo y conozco sus entrañas”.